La ciencia demuestra cuál es el asiento más inseguro del coche
Un estudio del Instituto de Seguros para la Seguridad en las Carreteras en Estados Unidos (IIHS) analiza las consecuencias de los siniestros para los pasajeros según su ubicación en el automóvil. ABC. 03/05/2019.
Quizá nunca lo habías pensado, pero no todos los asientos del vehículo son igual de seguros. Así al menos lo afirma un estudio del Instituto de Seguros para la Seguridad en las Carreteras en Estados Unidos (IIHS), que ha analizado datos de accidentes recogidas por el Departamento de Transporte de Estados Unidos.
Según el informe, publicado en abril, los pasajeros de la parte trasera tienen más riesgo de sufrir lesiones, debido a que éstos carecen de algunos elementos de seguridad incorporados desde hace años en las plazas delanteras.
En Estados Unidos es obligatorio el airbag frontal desde el año 2000 (en Europa desde el año 2006), así como los mecanismos tensores de los cinturones de seguridad, que adecuan la fuerza de sujeción en caso de siniestro, pero solo para las plazas delanteras.
En 117 accidentes analizados en los que los pasajeros posteriores fallecieron o quedaron gravemente heridos, el IIHS encontró que las lesiones más comunes fueron en el tórax; y en muchos de los casos los pasajeros de las plazas traseras sufrieron heridas más graves. «Se necesitan sistemas de contención (seguridad) más sofisticados en la parte posterior», asegura este instituto, según recoge la cadena británica BBC.
Sin embargo, este resultado depende del nivel de los sistemas de protección y retención de las plazas posteriores, lo que lleva a encontrar resultados contradictorios al análisis del IIHS en otros estudios. La aseguradora Mapfre, por ejemplo, recoge en su blog que las estadísticas demuestran que el asiento trasero central es el más seguro, debido a que se encuentra más alejado y mejor resguardado ante un impacto frontal o lateral. El siguiente asiento de coche más seguro es el trasero derecho que se encuentra en el lado opuesto al conductor. Por su parte, el más peligroso es el del copiloto, ya que en caso de colisión frontal está más expuesto al denominado «volantazo involuntario» del conductor, ya que en caso de un choque inminente, se tiende a dar siempre un giro a la izquierda. La DGT, por su parte, recomienda situar a los menores con sistema de retención infantil en los asientos traseros, e indica que el más peligroso es el del copiloto.
Un estudio del Instituto de Seguros para la Seguridad en las Carreteras en Estados Unidos (IIHS) analiza las consecuencias de los siniestros para los pasajeros según su ubicación en el automóvil. ABC. 03/05/2019.
Quizá nunca lo habías pensado, pero no todos los asientos del vehículo son igual de seguros. Así al menos lo afirma un estudio del Instituto de Seguros para la Seguridad en las Carreteras en Estados Unidos (IIHS), que ha analizado datos de accidentes recogidas por el Departamento de Transporte de Estados Unidos.
Según el informe, publicado en abril, los pasajeros de la parte trasera tienen más riesgo de sufrir lesiones, debido a que éstos carecen de algunos elementos de seguridad incorporados desde hace años en las plazas delanteras.
En Estados Unidos es obligatorio el airbag frontal desde el año 2000 (en Europa desde el año 2006), así como los mecanismos tensores de los cinturones de seguridad, que adecuan la fuerza de sujeción en caso de siniestro, pero solo para las plazas delanteras.
En 117 accidentes analizados en los que los pasajeros posteriores fallecieron o quedaron gravemente heridos, el IIHS encontró que las lesiones más comunes fueron en el tórax; y en muchos de los casos los pasajeros de las plazas traseras sufrieron heridas más graves. «Se necesitan sistemas de contención (seguridad) más sofisticados en la parte posterior», asegura este instituto, según recoge la cadena británica BBC.
Sin embargo, este resultado depende del nivel de los sistemas de protección y retención de las plazas posteriores, lo que lleva a encontrar resultados contradictorios al análisis del IIHS en otros estudios. La aseguradora Mapfre, por ejemplo, recoge en su blog que las estadísticas demuestran que el asiento trasero central es el más seguro, debido a que se encuentra más alejado y mejor resguardado ante un impacto frontal o lateral. El siguiente asiento de coche más seguro es el trasero derecho que se encuentra en el lado opuesto al conductor. Por su parte, el más peligroso es el del copiloto, ya que en caso de colisión frontal está más expuesto al denominado «volantazo involuntario» del conductor, ya que en caso de un choque inminente, se tiende a dar siempre un giro a la izquierda. La DGT, por su parte, recomienda situar a los menores con sistema de retención infantil en los asientos traseros, e indica que el más peligroso es el del copiloto.
Cronobiología: por qué tu vida corre más peligro después del mediodía. (Irene Hdez. Velasco. 31.10.2018)No da igual a qué hora vamos al médico, si hacemos un examen o somos juzgados por la mañana o por la tarde. Ni siquiera es irrelevante cuando escribimos un tuit. Miles de estudios avalan la importancia de elegir el momento preciso para cada decisión. En su nuevo libro, el pensador Daniel H. Pink reivindica la relevancia del cuándo. Cronoterapia: por qué la hora a la que te medicas puede ser más importante que la dosis.
Solo si es absolutamente inevitable, si no queda otro remedio, si se trata de una auténtica emergencia, de un asunto prácticamente de vida o muerte ante el cual no hay alternativa posible, Daniel H. Pink pondrá el pie en un hospital o acudirá a una consulta médica por la tarde.
Pero si puede evitarlo, por nada del mundo este pensador estadounidense de 54 años de edad, autor de varios libros y, entre otras muchas cosas, redactor jefe de los discursos del ex vicepresidente estadounidense Al Gore, se someterá a una prueba médica, a un control sanitario y muchísimo menos a una operación quirúrgica a partir del mediodía.
«Ni hablar. Si uno puede elegir en qué momento acude a un hospital o la hora en la que va a ver a un doctor, debe absolutamente evitar las tardes. Yo desde luego las evito completamente. Yo y toda mi familia. La semana que viene, por ejemplo, tengo una cita con un doctor, y me he encargado de programarla para las nueve y cuarto de la mañana. Y hace un par de meses a mi hija pequeña le tuvieron que sacar las muelas del juicio en una intervención que requería anestesia. Le dieron cita para las 19.30 horas de la tarde pero absolutamente imposible. De ninguna de las maneras, iba yo a permitir que anestesiaran a mi hija por la tarde. No, jamás, imposible. Cambiamos la cita».
Pink tiene un poderosísimo motivo para eludir los centros sanitarios en cuanto la mañana toca a su fin: quiere seguir viviendo. Según él, a medida que el día avanza y las horas transcurren, entrar en un hospital se vuelve un acto peligroso que entraña graves riesgos para la salud.
Y pone ejemplos. Por las tardes hay tres veces más posibilidades de que un paciente reciba una dosis de anestesia potencialmente letal. Por las tardes las personas que son operadas tienen bastantes más posibilidades de morir en los 40 días siguientes a la intervención que quienes pasaron por el quirófano por la mañana. Por las tardes es 26 veces más probable que los médicos prescriban antibióticos innecesarios (facilitando así el crecimiento de virus resistentes a los fármacos). Por las tardes el personal sanitario es diez veces más propenso a no lavarse las manos que sus colegas de las mañanas. Por las tardes las colonoscopias que se realizan detectan directamente la mitad de pólipos (pequeños tumores en el colon) que las que se llevan a cabo por las mañanas.
Son algunos de los aterradores datos que Pink ofrece en ¿Cuándo? La ciencia de encontrar el momento preciso, un ensayo que ha sido un auténtico bestseller en Estados Unidos y que ahora aterriza en España de la mano de la editorial Alienta.
El libro, basado en alrededor de 700 estudios y análisis científicos relacionados con el tiempo, revela lo trascendental que puede resultar hacer las cosas en un determinado momento o en otro. Y no sólo hablamos de entrar en un hospital...
“Nos tomamos muy en serio los 'qué', los 'quién' y los 'cómo' pero no nos tomamos en serio los 'cuándo'” (Daniel H. Pink, autor de “¿Cuándo? La ciencia de encontrar el momento preciso”.)
Comparecer ante un tribunal después del mediodía también es muy arriesgado. Un estudio que analizó en 2011 numerosas sentencias de dos tribunales en Israel que, juntos, procesan alrededor del 40% de las peticiones de libertad condicional de ese país, sacó a la luz que en las primeras horas de la jornada los jueces fallaban a favor de los presos un 65% de las veces, mientras que a última hora de la mañana esos veredictos caían prácticamente a cero...
Por no hablar de ese otro experimento, citado también en el libro de Pink, en el que unos investigadores pidieron a un grupo de personas que valoraran la culpabilidad de un acusado ficticio en un proceso penal, leyéndoles a todos exactamente los mismos hechos. Lo único que cambiaba fue que para la mitad de los jurados el acusado se llamaba Robert Garner y, para la otra mitad, Roberto García. Pues bien: mientras que por la mañana no había variaciones entre los veredictos de unos y otros, por la tarde los participantes eran mucho más propensos a declarar a García culpable y a Garner inocente. «Aterrador, ¿verdad?», concluye Pink.
La mayoría de la gente incluso es más ética por la mañana, tiende a decir menos mentiras en las primeras horas del día... Hasta tuiteando ofrecemos nuestra mejor cara por la mañana. Dos sociólogos de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, analizaron gracias a un potente programa informático más de 2,4 millones de tuits escritos durante dos años por usuarios de 84 países distintos, y observaron que la gente generalmente se mostraba más positiva por las mañanas, mientras que por las tardes el buen rollo se desplomaba.
Y qué decir de los exámenes. Un estudio en Dinamarca en el que se analizaron durante cuatro años los resultados de los exámenes anuales para medir el rendimiento de los estudiantes arrojó que los alumnos sacaban bastante mejores notas cuando eran evaluados por la mañana que por la tarde.
«No, no es casualidad que la mayoría de las grandes catástrofes provocadas por errores humanos (léase, por ejemplo, la tragedia de Chernobil, el accidente nuclear de Three Mile Island o el desastre de Bopal) se desataron entre la 1 y las 3 de la madrugada», asegura Juan Antonio Madrid Pérez, catedrático de Fisiología de la Universidad de Murcia y uno de los mayores expertos españoles en Cronobiología, la ciencia que estudia la organización temporal de los seres vivos y los mecanismos que los regulan. De hecho, es el director del laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia.
La pregunta es: ¿qué demonios ocurre conforme avanzan las horas?
«El poder del cerebro no es igual a lo largo del día. Nuestras capacidades mentales no son estables durante toda la jornada, cambian», aclara Pink. «Y lo que sabemos es que hay determinados momentos a lo largo del día en los que los seres humanos estamos más vigilantes, más en estado de alerta. Y esos son momentos en los que tenemos mayor capacidad de concentración, de focalizarnos en algo sin distraernos. Alrededor del 80% de nosotros somos diurnos, estamos más vigilantes durante las mañanas. Pero hay cerca de un 20% de personas que, sin embargo, son vespertinas, están más vigilantes mucho después, por la tarde. Lo que es extremadamente importante es saber qué tipo eres y qué trabajo en concreto debes hacer a una hora en concreto».
«Hay momentos en los que nuestra capacidad de razonamiento o nuestro tiempo de reacción ante asuntos que requieren una respuesta inmediata entran en declive», explica Juan Antonio Madrid, al tiempo que subraya que en España, por cuestiones de hora y por motivos culturales arraigados, el número de vespertinos es superior a la media habitual del 20% que se registra en otros países.
“No es casualidad que la mayoría de las grandes catástrofes provocadas por errores humanos se desataran entre la 1 y las 3 de la madrugada”.Juan Antonio Madrid (laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia)
Todos los seres vivos tenemos un reloj interior que regula de manera natural nuestros ritmos biológicos. El profesor Madrid acaba de terminar ahora un documental para la BBC en el que eso queda palmariamente demostrado: durante diez días, monitorizaron a un voluntario que permaneció aislado, sin saber qué hora era y sin poder ver la luz natural. Su propio cuerpo le indicaba cuándo se hacía de noche y debía irse a dormir con gran precisión. «Lo único es que cada día retrasaba unos 40 minutos el momento de acostarse, porque su reloj biológico era de 24 horas y 40 minutos. Pero para eso sirve entre otras cosas la luz natural: para poner en hora tu reloj biológico».
El problema es que es tan consustancial a nosotros el saber que nos regimos por un reloj biológico, lo asumimos como algo tan natural, que no le damos la más mínima importancia. «Y necesitamos tomárnoslo en serio», sentencia Pink.
«La hora del día afecta a las calificaciones de los estudiantes en el colegio, a las decisiones que toman los jurados, al modo de actuar de los médicos. Son todas cuestiones fundamentales. Yo no sé por qué es ni a qué se debe, pero el caso es que nos tomamos los qué muy en serio, nos tomamos los quién muy en serio y nos tomamos los cómo muy en serio, pero no nos tomamos en serio los cuándo. Yo no creo que los cuándo sean más importantes que las otras cuestiones, pero creo que son tan importantes como ellas».
Nuestros órganos presentan valores distintos según las horas del día. Los linfocitos, por ejemplo, se duplican en la sangre a las 2:00 de la madrugada. Durante la noche nuestro cuerpo se repara, y para ello nuestro sistema inmunológico se activa. Es por eso por lo que la eficacia de los medicamentos depende del momento en que sean administrados. «Y es por eso por lo que, como prueban los estudios, los efectos secundarios adversos de los tratamientos de quimioterapia se pueden aminorar notablemente teniendo en cuenta la hora a la que se administren», destaca el profesor J. Ant. Madrid.
Tomar pausas reconstituyentes, sobre todo por la tarde, ayuda a cargar las pilas del reloj biológico y a amortiguar esa caída del estado vigilante que la mayoría de la gente experimenta con el pasar de las horas. Y, por supuesto, dormir bien también es fundamental para el cerebro y el cuerpo.
En ese sentido, Juan Antonio Madrid advierte con preocupación de los efectos sobre el sueño que están provocando los dispositivos electrónicos. «Esos aparatos tiene luces blancas brillantes o enriquecidas en azul que engañan al reloj biológico, le hacen creer que todavía es de día. El resultado es que cada vez estamos viendo más escolares y universitarios que no duermen lo suficiente. Y aunque los fines de semana tratan de recuperar el sueño, eso no es posible, el sueño perdido no se puede recuperar».
Y, por cierto, no traten de paliar la falta de sueño atiborrándose a café nada más levantarse. Es un error, no sirve para nada. Nada más despertar nuestro cuerpo empieza a producir cortisol, una hormona del estrés que nos activa. Y resulta que la cafeína interfiere con la producción de esa hormona, así que empezar el día con una taza de café apenas sirve para estimularnos. «Lo mejor es beber esa primera taza de café una hora o 90 minutos después de haber despertado, una vez que la producción de cortisol ha alcanzado su pico y la cafeína puede obrar sus milagros», concluye Pink. Hasta en eso interviene el factor tiempo.
Solo si es absolutamente inevitable, si no queda otro remedio, si se trata de una auténtica emergencia, de un asunto prácticamente de vida o muerte ante el cual no hay alternativa posible, Daniel H. Pink pondrá el pie en un hospital o acudirá a una consulta médica por la tarde.
Pero si puede evitarlo, por nada del mundo este pensador estadounidense de 54 años de edad, autor de varios libros y, entre otras muchas cosas, redactor jefe de los discursos del ex vicepresidente estadounidense Al Gore, se someterá a una prueba médica, a un control sanitario y muchísimo menos a una operación quirúrgica a partir del mediodía.
«Ni hablar. Si uno puede elegir en qué momento acude a un hospital o la hora en la que va a ver a un doctor, debe absolutamente evitar las tardes. Yo desde luego las evito completamente. Yo y toda mi familia. La semana que viene, por ejemplo, tengo una cita con un doctor, y me he encargado de programarla para las nueve y cuarto de la mañana. Y hace un par de meses a mi hija pequeña le tuvieron que sacar las muelas del juicio en una intervención que requería anestesia. Le dieron cita para las 19.30 horas de la tarde pero absolutamente imposible. De ninguna de las maneras, iba yo a permitir que anestesiaran a mi hija por la tarde. No, jamás, imposible. Cambiamos la cita».
Pink tiene un poderosísimo motivo para eludir los centros sanitarios en cuanto la mañana toca a su fin: quiere seguir viviendo. Según él, a medida que el día avanza y las horas transcurren, entrar en un hospital se vuelve un acto peligroso que entraña graves riesgos para la salud.
Y pone ejemplos. Por las tardes hay tres veces más posibilidades de que un paciente reciba una dosis de anestesia potencialmente letal. Por las tardes las personas que son operadas tienen bastantes más posibilidades de morir en los 40 días siguientes a la intervención que quienes pasaron por el quirófano por la mañana. Por las tardes es 26 veces más probable que los médicos prescriban antibióticos innecesarios (facilitando así el crecimiento de virus resistentes a los fármacos). Por las tardes el personal sanitario es diez veces más propenso a no lavarse las manos que sus colegas de las mañanas. Por las tardes las colonoscopias que se realizan detectan directamente la mitad de pólipos (pequeños tumores en el colon) que las que se llevan a cabo por las mañanas.
Son algunos de los aterradores datos que Pink ofrece en ¿Cuándo? La ciencia de encontrar el momento preciso, un ensayo que ha sido un auténtico bestseller en Estados Unidos y que ahora aterriza en España de la mano de la editorial Alienta.
El libro, basado en alrededor de 700 estudios y análisis científicos relacionados con el tiempo, revela lo trascendental que puede resultar hacer las cosas en un determinado momento o en otro. Y no sólo hablamos de entrar en un hospital...
“Nos tomamos muy en serio los 'qué', los 'quién' y los 'cómo' pero no nos tomamos en serio los 'cuándo'” (Daniel H. Pink, autor de “¿Cuándo? La ciencia de encontrar el momento preciso”.)
Comparecer ante un tribunal después del mediodía también es muy arriesgado. Un estudio que analizó en 2011 numerosas sentencias de dos tribunales en Israel que, juntos, procesan alrededor del 40% de las peticiones de libertad condicional de ese país, sacó a la luz que en las primeras horas de la jornada los jueces fallaban a favor de los presos un 65% de las veces, mientras que a última hora de la mañana esos veredictos caían prácticamente a cero...
Por no hablar de ese otro experimento, citado también en el libro de Pink, en el que unos investigadores pidieron a un grupo de personas que valoraran la culpabilidad de un acusado ficticio en un proceso penal, leyéndoles a todos exactamente los mismos hechos. Lo único que cambiaba fue que para la mitad de los jurados el acusado se llamaba Robert Garner y, para la otra mitad, Roberto García. Pues bien: mientras que por la mañana no había variaciones entre los veredictos de unos y otros, por la tarde los participantes eran mucho más propensos a declarar a García culpable y a Garner inocente. «Aterrador, ¿verdad?», concluye Pink.
La mayoría de la gente incluso es más ética por la mañana, tiende a decir menos mentiras en las primeras horas del día... Hasta tuiteando ofrecemos nuestra mejor cara por la mañana. Dos sociólogos de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, analizaron gracias a un potente programa informático más de 2,4 millones de tuits escritos durante dos años por usuarios de 84 países distintos, y observaron que la gente generalmente se mostraba más positiva por las mañanas, mientras que por las tardes el buen rollo se desplomaba.
Y qué decir de los exámenes. Un estudio en Dinamarca en el que se analizaron durante cuatro años los resultados de los exámenes anuales para medir el rendimiento de los estudiantes arrojó que los alumnos sacaban bastante mejores notas cuando eran evaluados por la mañana que por la tarde.
«No, no es casualidad que la mayoría de las grandes catástrofes provocadas por errores humanos (léase, por ejemplo, la tragedia de Chernobil, el accidente nuclear de Three Mile Island o el desastre de Bopal) se desataron entre la 1 y las 3 de la madrugada», asegura Juan Antonio Madrid Pérez, catedrático de Fisiología de la Universidad de Murcia y uno de los mayores expertos españoles en Cronobiología, la ciencia que estudia la organización temporal de los seres vivos y los mecanismos que los regulan. De hecho, es el director del laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia.
La pregunta es: ¿qué demonios ocurre conforme avanzan las horas?
«El poder del cerebro no es igual a lo largo del día. Nuestras capacidades mentales no son estables durante toda la jornada, cambian», aclara Pink. «Y lo que sabemos es que hay determinados momentos a lo largo del día en los que los seres humanos estamos más vigilantes, más en estado de alerta. Y esos son momentos en los que tenemos mayor capacidad de concentración, de focalizarnos en algo sin distraernos. Alrededor del 80% de nosotros somos diurnos, estamos más vigilantes durante las mañanas. Pero hay cerca de un 20% de personas que, sin embargo, son vespertinas, están más vigilantes mucho después, por la tarde. Lo que es extremadamente importante es saber qué tipo eres y qué trabajo en concreto debes hacer a una hora en concreto».
«Hay momentos en los que nuestra capacidad de razonamiento o nuestro tiempo de reacción ante asuntos que requieren una respuesta inmediata entran en declive», explica Juan Antonio Madrid, al tiempo que subraya que en España, por cuestiones de hora y por motivos culturales arraigados, el número de vespertinos es superior a la media habitual del 20% que se registra en otros países.
“No es casualidad que la mayoría de las grandes catástrofes provocadas por errores humanos se desataran entre la 1 y las 3 de la madrugada”.Juan Antonio Madrid (laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia)
Todos los seres vivos tenemos un reloj interior que regula de manera natural nuestros ritmos biológicos. El profesor Madrid acaba de terminar ahora un documental para la BBC en el que eso queda palmariamente demostrado: durante diez días, monitorizaron a un voluntario que permaneció aislado, sin saber qué hora era y sin poder ver la luz natural. Su propio cuerpo le indicaba cuándo se hacía de noche y debía irse a dormir con gran precisión. «Lo único es que cada día retrasaba unos 40 minutos el momento de acostarse, porque su reloj biológico era de 24 horas y 40 minutos. Pero para eso sirve entre otras cosas la luz natural: para poner en hora tu reloj biológico».
El problema es que es tan consustancial a nosotros el saber que nos regimos por un reloj biológico, lo asumimos como algo tan natural, que no le damos la más mínima importancia. «Y necesitamos tomárnoslo en serio», sentencia Pink.
«La hora del día afecta a las calificaciones de los estudiantes en el colegio, a las decisiones que toman los jurados, al modo de actuar de los médicos. Son todas cuestiones fundamentales. Yo no sé por qué es ni a qué se debe, pero el caso es que nos tomamos los qué muy en serio, nos tomamos los quién muy en serio y nos tomamos los cómo muy en serio, pero no nos tomamos en serio los cuándo. Yo no creo que los cuándo sean más importantes que las otras cuestiones, pero creo que son tan importantes como ellas».
Nuestros órganos presentan valores distintos según las horas del día. Los linfocitos, por ejemplo, se duplican en la sangre a las 2:00 de la madrugada. Durante la noche nuestro cuerpo se repara, y para ello nuestro sistema inmunológico se activa. Es por eso por lo que la eficacia de los medicamentos depende del momento en que sean administrados. «Y es por eso por lo que, como prueban los estudios, los efectos secundarios adversos de los tratamientos de quimioterapia se pueden aminorar notablemente teniendo en cuenta la hora a la que se administren», destaca el profesor J. Ant. Madrid.
Tomar pausas reconstituyentes, sobre todo por la tarde, ayuda a cargar las pilas del reloj biológico y a amortiguar esa caída del estado vigilante que la mayoría de la gente experimenta con el pasar de las horas. Y, por supuesto, dormir bien también es fundamental para el cerebro y el cuerpo.
En ese sentido, Juan Antonio Madrid advierte con preocupación de los efectos sobre el sueño que están provocando los dispositivos electrónicos. «Esos aparatos tiene luces blancas brillantes o enriquecidas en azul que engañan al reloj biológico, le hacen creer que todavía es de día. El resultado es que cada vez estamos viendo más escolares y universitarios que no duermen lo suficiente. Y aunque los fines de semana tratan de recuperar el sueño, eso no es posible, el sueño perdido no se puede recuperar».
Y, por cierto, no traten de paliar la falta de sueño atiborrándose a café nada más levantarse. Es un error, no sirve para nada. Nada más despertar nuestro cuerpo empieza a producir cortisol, una hormona del estrés que nos activa. Y resulta que la cafeína interfiere con la producción de esa hormona, así que empezar el día con una taza de café apenas sirve para estimularnos. «Lo mejor es beber esa primera taza de café una hora o 90 minutos después de haber despertado, una vez que la producción de cortisol ha alcanzado su pico y la cafeína puede obrar sus milagros», concluye Pink. Hasta en eso interviene el factor tiempo.
CUANDO SEAS MAYOR TE CUIDARÁ UN ROBOT. J.V. Echagüe. Madrid. 7/2/2018
Japón se «robotiza».
Su envejecimiento poblacional, con un 27% de sus habitantes mayor de 65 años, ha llegado a un punto en el que no va a haber cuidadores «humanos» para todos: el déficit de trabajadores en este sector previsto para 2025 es de 370.000. Así, según ha adelantado el rotativo británico «The Guardian», el Gobierno nipón va a aumentar la producción de «robots cuidadores». Y en los próximos años, podrían llegar a cuidar al 80% de sus ancianos. Es una novedad, pero estaba cantada: no hace mucho, ya anunciaron subvenciones para robots «low cost», que se alquilarían a un 10% de su precio de mercado. El envejecimiento no es sólo un problema japonés. La UE ha tomado nota. Dentro de su programa horizonte 2020 se han destinado 185 millones de euros destinados a investigaciones de robótica para paliar las necesidades físicas y mentales de la tercera edad. Y es que la situación de Japón va camino de replicarse en nuestro continente. Según la Organización Nacional del Trabajo, el ratio mínimo de cuidadores que se precisan es de 4,2 por cada 100 ancianos. ¿Cuál es actualmente en España? Sólo 2,9. Hay países en peor situación. En Francia, por ejemplo apenas llega a 1,1. Sí, también en nuestro país tenemos déficit de cuidadores. Según datos facilitados por Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, los afiliados al sector de servicios sociales son 413.266. Mientras, el número de prestaciones para cuidados en el entorno familiar es de 385.476. Con todo, la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales añaden a estas cifras que «hay 310.000 personas dependientes en lista de espera», afirma a LA RAZÓN José Manuel Ramírez, director de la asociación. Así, esto obligaría a contar con «100.000 cuidadores profesionales más» –como auxiliares de clínicas geriátricas, auxiliares en los hogares, etc– y «100.000 cuidadores más no profesionales», es decir, familiares –el 94% mujeres– que reciben una prestación de 270 euros de media.
¿Contaremos con robots que cuiden de nosotros en el futuro?
Parece probable, teniendo en cuenta que España, con una de las esperanzas de vida más longevas del mundo, albergará un 34,6% de población mayor de 65 años en 2066. Pero la respuesta tiene matices. «El nombre de ''robot cuidador'' es confuso. Es preferible hablar de ayudas a personas mayores con robots. Son un complemento, una ayuda técnica al cuidador o terapeuta humano. Si no, se da la impresión de que es un robot el que sustituye al cuidador tradicional. Y eso es algo que hoy día no es ni posible ni deseable», afirma a este diario Miguel Ángel Salichs, catedrático de Ingeniería de Sistemas y Automática en el Robotics Lab de la Universidad Carlos III de Madrid. Sí, los robots que ayudarán a nuestros mayores ya son inminentes. En lo que respecta al plano físico, la mayor apuesta a día de hoy son los exoesqueletos, que permiten superar las limitaciones de movilidad. «Muchos de ellos son prototipos. Necesitamos que sean más ligeros, con baterías que no se agoten en poco tiempo», afirma Salichs. Sin embargo, igual de importantes son las limitaciones no físicas: la soledad, la falta de compañía, la estimulación cognitiva... o la detección de posibles problemas de toda persona mayor que vive sola. Es lo que se llama la «robótica social». De hecho, el laboratorio de la Carlos III lo probó con el llamado proyecto MOnarCH: la utilización de robots que interactuaban y jugaban con niños pacientes de cáncer repercutía positivamente en sus terapias. Tecnologías de vanguardia, como la del aprendizaje automático de máquinas o el reconocimiento facial y de voz prometen avances. Eso sí, que nadie espere «replicantes» sacados de «Blade Runner». O de esos robots humanoides, la mayoría procedentes de países asiáticos. «Estamos muy lejos de los robots de las películas. Muchos de esos son prototipos de laboratorio, no desarrollados aún para ser productos comerciales», asegura Salichs. No hay que olvidar, además, que los robots de apariencia humana no son aconsejables. Así lo indican algunos estudios. «Si los robots fueran exactamente iguales a los humanos, los aceptaríamos. El problema está en si se limitan a ser parecidos, pero no iguales. Esa diferencia es la que genera un rechazo».
Japón se «robotiza».
Su envejecimiento poblacional, con un 27% de sus habitantes mayor de 65 años, ha llegado a un punto en el que no va a haber cuidadores «humanos» para todos: el déficit de trabajadores en este sector previsto para 2025 es de 370.000. Así, según ha adelantado el rotativo británico «The Guardian», el Gobierno nipón va a aumentar la producción de «robots cuidadores». Y en los próximos años, podrían llegar a cuidar al 80% de sus ancianos. Es una novedad, pero estaba cantada: no hace mucho, ya anunciaron subvenciones para robots «low cost», que se alquilarían a un 10% de su precio de mercado. El envejecimiento no es sólo un problema japonés. La UE ha tomado nota. Dentro de su programa horizonte 2020 se han destinado 185 millones de euros destinados a investigaciones de robótica para paliar las necesidades físicas y mentales de la tercera edad. Y es que la situación de Japón va camino de replicarse en nuestro continente. Según la Organización Nacional del Trabajo, el ratio mínimo de cuidadores que se precisan es de 4,2 por cada 100 ancianos. ¿Cuál es actualmente en España? Sólo 2,9. Hay países en peor situación. En Francia, por ejemplo apenas llega a 1,1. Sí, también en nuestro país tenemos déficit de cuidadores. Según datos facilitados por Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, los afiliados al sector de servicios sociales son 413.266. Mientras, el número de prestaciones para cuidados en el entorno familiar es de 385.476. Con todo, la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales añaden a estas cifras que «hay 310.000 personas dependientes en lista de espera», afirma a LA RAZÓN José Manuel Ramírez, director de la asociación. Así, esto obligaría a contar con «100.000 cuidadores profesionales más» –como auxiliares de clínicas geriátricas, auxiliares en los hogares, etc– y «100.000 cuidadores más no profesionales», es decir, familiares –el 94% mujeres– que reciben una prestación de 270 euros de media.
¿Contaremos con robots que cuiden de nosotros en el futuro?
Parece probable, teniendo en cuenta que España, con una de las esperanzas de vida más longevas del mundo, albergará un 34,6% de población mayor de 65 años en 2066. Pero la respuesta tiene matices. «El nombre de ''robot cuidador'' es confuso. Es preferible hablar de ayudas a personas mayores con robots. Son un complemento, una ayuda técnica al cuidador o terapeuta humano. Si no, se da la impresión de que es un robot el que sustituye al cuidador tradicional. Y eso es algo que hoy día no es ni posible ni deseable», afirma a este diario Miguel Ángel Salichs, catedrático de Ingeniería de Sistemas y Automática en el Robotics Lab de la Universidad Carlos III de Madrid. Sí, los robots que ayudarán a nuestros mayores ya son inminentes. En lo que respecta al plano físico, la mayor apuesta a día de hoy son los exoesqueletos, que permiten superar las limitaciones de movilidad. «Muchos de ellos son prototipos. Necesitamos que sean más ligeros, con baterías que no se agoten en poco tiempo», afirma Salichs. Sin embargo, igual de importantes son las limitaciones no físicas: la soledad, la falta de compañía, la estimulación cognitiva... o la detección de posibles problemas de toda persona mayor que vive sola. Es lo que se llama la «robótica social». De hecho, el laboratorio de la Carlos III lo probó con el llamado proyecto MOnarCH: la utilización de robots que interactuaban y jugaban con niños pacientes de cáncer repercutía positivamente en sus terapias. Tecnologías de vanguardia, como la del aprendizaje automático de máquinas o el reconocimiento facial y de voz prometen avances. Eso sí, que nadie espere «replicantes» sacados de «Blade Runner». O de esos robots humanoides, la mayoría procedentes de países asiáticos. «Estamos muy lejos de los robots de las películas. Muchos de esos son prototipos de laboratorio, no desarrollados aún para ser productos comerciales», asegura Salichs. No hay que olvidar, además, que los robots de apariencia humana no son aconsejables. Así lo indican algunos estudios. «Si los robots fueran exactamente iguales a los humanos, los aceptaríamos. El problema está en si se limitan a ser parecidos, pero no iguales. Esa diferencia es la que genera un rechazo».
ADN: Borrar los genes «enfermos».
Científicos de Harvard crean una técnica capaz de «reescribir» de forma precisa la información genética. (Jorge Alcalde)
La edición genética cuenta con un nuevo aliado. Si hasta ahora para cortar y pegar información atesorada en los genes era necesario usar tijeras, desde ayer sabemos que también podremos utilizar lapiceros. El avance, presentado ayer en la revista «Nature», es así de sencillo, y así de complejo.
Investigadores de la Universidad de Harvard y del Howard Hughes Medical Institute han anunciado el diseño de una nueva herramienta que permite modificar letras concretas del alfabeto con el que están escritos los genes, letras que pueden ser responsables de la gestación de un buen número de enfermedades. En concreto, han construido una enzima que puede generar permutas antes imposibles. Puede cambiar por ejemplo un par AT en otro GC en la cadena del ADN.
En el ADN hay cuatro bases (letras fundamentales del alfabeto genético): A de adenina, C de citosina, T de timina y G de guanina. Estas bases se disponen por parejas formando cada uno de los eslabones de la cadena genética que, a su vez, se extiende en forma de doble hélice.
La disposición de estas letras es el código en el que se transmite la información vital. De ella dependen nuestro aspecto físico, el color de nuestra piel u ojos, algunos elementos de nuestra personalidad y la propensión a que padezcamos ciertas enfermedades. Por eso desde hace años los científicos han buscado formas de corregir esas letras cuando están «equivocadas». Es lo que se conoce como edición genética. Si somos capaces de determinar que partes de la cadena de pares de bases son defectuosas, quizás podamos borrarlas y sustituirlas por un trozo sano.
Un modo de lograr esto es mediante la famosa técnica CRISPR que ya ha dado buenos resultados en el empeño de cortar y pegar genes. Esta técnica se equipara al uso de unas tijeras: con ellas se corta la parte de la información defectuosa y espera a que los propios mecanismos de reparación molecular de la células llenen el hueco.
Lo que ahora se ha presentado es «un lápiz» que hace la misma función. Se trata de una en enzima que puede redibujar la información genética: como si escribiéramos sobre un texto incorrecto las letras corregidas. Esta enzima se ha bautizado como editor de bases.
Cada base molecular se sitúa en uno de los brazos de la hélice de ADN y se empareja con otra (Adenia con Timina, Guanina con Citosina...). El año pasado, el mismo equipo que ahora presenta esta importante innovación fue capaz de cambiar un par CG en un par TA. Pero hasta ahora no se había podido cambiar un par AT en uno GC.
Para lograr este paso, los científicos han tenido que crear una enzima nueva, que no existe en la naturaleza. Para ello, hubo que partir de un modelo existente. En concreto, de la enzima TadA que, en condiciones naturales, modifica la adenina para convertirla en una molécula llamada isonina. Tras crear grandes cantidades de enzima TadA mutante dentro de células de bacterias, se logró que esa molécula modificara la adenina de algunos genes que favorecen la resistencia ante los antibióticos. Con el tiempo, algunas bacterias de la colonia fueron capaces de autorreparar sus genes y, así, hacerse más resistentes a los antibióticos.
Más tarde adjuntaron esa enzima a una molécula que sirve de marcador (Cas9), que también se usa en la técnica CRISPR. Esta molécula identifica los fragmentos del ADN en los que hay que actuar. De ese modo, la unión de molécula y enzima actúa como un cirujano genético. Con un 50 por 100 de efectividad y sin efectos secundarios es capaz de mutar pares GC en pares AT. Las modificaciones de pares de bases en el que este nuevo «lápiz» editor de genes puede actuar están relacionadas con muchas enfermedades, desde la ceguera genética a la anemia falciforme pasando por síndromes metabólicos o la fibrosis quística. Todas ellas en el futuro quizás puedan revertirse con este nuevo lapicero corrector.
El pasado mes de agosto, la técnica CRISPR deparó otro prometedor hallazgo. Entonces, un equipo internacional de científicos, entre ellos el español Juan Carlos Izpisúa, había logrado, por primera vez, eliminar en embriones humanos enfermedades hereditarias gracias al conocido como «corta y pega» genético. Concretamente, los investigadores consiguieron corregir la mutación genética que provoca una afección cardíaca frecuente, la miocardiopatía hipertrófica, que es la causa más común de muerte súbita en atletas jóvenes sanos y que afecta a una de cada 500 personas. Este trabajo, publicado en «Nature», abría la puerta al tratamiento de muchas patologías consideradas raras y de ciertos tipos de cáncer que están causados por la mutación de algún gen.
Científicos de Harvard crean una técnica capaz de «reescribir» de forma precisa la información genética. (Jorge Alcalde)
La edición genética cuenta con un nuevo aliado. Si hasta ahora para cortar y pegar información atesorada en los genes era necesario usar tijeras, desde ayer sabemos que también podremos utilizar lapiceros. El avance, presentado ayer en la revista «Nature», es así de sencillo, y así de complejo.
Investigadores de la Universidad de Harvard y del Howard Hughes Medical Institute han anunciado el diseño de una nueva herramienta que permite modificar letras concretas del alfabeto con el que están escritos los genes, letras que pueden ser responsables de la gestación de un buen número de enfermedades. En concreto, han construido una enzima que puede generar permutas antes imposibles. Puede cambiar por ejemplo un par AT en otro GC en la cadena del ADN.
En el ADN hay cuatro bases (letras fundamentales del alfabeto genético): A de adenina, C de citosina, T de timina y G de guanina. Estas bases se disponen por parejas formando cada uno de los eslabones de la cadena genética que, a su vez, se extiende en forma de doble hélice.
La disposición de estas letras es el código en el que se transmite la información vital. De ella dependen nuestro aspecto físico, el color de nuestra piel u ojos, algunos elementos de nuestra personalidad y la propensión a que padezcamos ciertas enfermedades. Por eso desde hace años los científicos han buscado formas de corregir esas letras cuando están «equivocadas». Es lo que se conoce como edición genética. Si somos capaces de determinar que partes de la cadena de pares de bases son defectuosas, quizás podamos borrarlas y sustituirlas por un trozo sano.
Un modo de lograr esto es mediante la famosa técnica CRISPR que ya ha dado buenos resultados en el empeño de cortar y pegar genes. Esta técnica se equipara al uso de unas tijeras: con ellas se corta la parte de la información defectuosa y espera a que los propios mecanismos de reparación molecular de la células llenen el hueco.
Lo que ahora se ha presentado es «un lápiz» que hace la misma función. Se trata de una en enzima que puede redibujar la información genética: como si escribiéramos sobre un texto incorrecto las letras corregidas. Esta enzima se ha bautizado como editor de bases.
Cada base molecular se sitúa en uno de los brazos de la hélice de ADN y se empareja con otra (Adenia con Timina, Guanina con Citosina...). El año pasado, el mismo equipo que ahora presenta esta importante innovación fue capaz de cambiar un par CG en un par TA. Pero hasta ahora no se había podido cambiar un par AT en uno GC.
Para lograr este paso, los científicos han tenido que crear una enzima nueva, que no existe en la naturaleza. Para ello, hubo que partir de un modelo existente. En concreto, de la enzima TadA que, en condiciones naturales, modifica la adenina para convertirla en una molécula llamada isonina. Tras crear grandes cantidades de enzima TadA mutante dentro de células de bacterias, se logró que esa molécula modificara la adenina de algunos genes que favorecen la resistencia ante los antibióticos. Con el tiempo, algunas bacterias de la colonia fueron capaces de autorreparar sus genes y, así, hacerse más resistentes a los antibióticos.
Más tarde adjuntaron esa enzima a una molécula que sirve de marcador (Cas9), que también se usa en la técnica CRISPR. Esta molécula identifica los fragmentos del ADN en los que hay que actuar. De ese modo, la unión de molécula y enzima actúa como un cirujano genético. Con un 50 por 100 de efectividad y sin efectos secundarios es capaz de mutar pares GC en pares AT. Las modificaciones de pares de bases en el que este nuevo «lápiz» editor de genes puede actuar están relacionadas con muchas enfermedades, desde la ceguera genética a la anemia falciforme pasando por síndromes metabólicos o la fibrosis quística. Todas ellas en el futuro quizás puedan revertirse con este nuevo lapicero corrector.
El pasado mes de agosto, la técnica CRISPR deparó otro prometedor hallazgo. Entonces, un equipo internacional de científicos, entre ellos el español Juan Carlos Izpisúa, había logrado, por primera vez, eliminar en embriones humanos enfermedades hereditarias gracias al conocido como «corta y pega» genético. Concretamente, los investigadores consiguieron corregir la mutación genética que provoca una afección cardíaca frecuente, la miocardiopatía hipertrófica, que es la causa más común de muerte súbita en atletas jóvenes sanos y que afecta a una de cada 500 personas. Este trabajo, publicado en «Nature», abría la puerta al tratamiento de muchas patologías consideradas raras y de ciertos tipos de cáncer que están causados por la mutación de algún gen.
La estadística lo confirma una vez más: la comida picante ayuda a reducir el riesgo de infarto
(Carlos Zahumenszky)
La estadística es esa ciencia que dice que si yo tengo dos vacas y tú no tienes ninguna, los dos tenemos una vaca. Dicho esto, la estadística apoya la idea de que comer chile picante ayuda a vivir más años. Para ser más exactos, el último estudio habla de una reducción en la mortalidad del 13%.
Si empezamos con esa pincelada de humor para con la estadística es porque ningún estudio ha encontrado hasta ahora una prueba científica de que comer picante desencadene en el organismo un proceso que retrase el envejecimiento o mejore la longevidad. Todo lo que ha hecho (que no es poco) es encontrar una correlación estadística significativa entre las personas que comen mucho picante (especialmente chile de cualquier tipo) y la reducción en la tasa de mortalidad por infartos o accidentes cerebrovasculares.
Por qué pica la comida picante (y por qué beber agua sólo lo empeora)
Ají, chile, pimiento, guindilla... da igual cómo lo llames, el gesto de llevarse las manos a la…Seguir leyendo... Los propios autores del estudio explican que el mecanismo que relaciona el picante y la mejora en la tasa de mortalidad por este tipo de dolencias aún no se ha descubierto. Sin embargo, la ciencia también consiste en acumular evidencias, y esta en concreto tiene bastante peso. Las conclusiones del estudio, recién presentadas por la Universidad de Vermont, llegan tras analizar los datos de salud y hábitos de alimentación de 16.000 personas a lo largo de los últimos 23 años. Un estudio chino de 2015 llegó a la misma conclusión tras analizar el consumo de comida picante en nada menos que 487.000 personas.
El estudio constata que las personas que comen chile y otras comidas muy picantes de manera habitual presentan un menor índice de colesterol y menos problemas de tensión arterial alta. Entre los factores que probablemente incidan en estos datos está el hecho de que las personas que comen chile generalmente también disfrutan de una dieta más rica en vegetales. Curiosamente, también beben alcohol y fuman con más frecuencia.
El principal sospechoso de alargar la vida de las personas que comen picante es precisamente el compuesto responsable de la sensación de picor: la capsaicina. Se cree que la capsaicina ayuda a regular la presión sanguínea, mejora la flora intestinal y contribuye en procesos moleculares y celulares que contribuyen a prevenir la obesidad. Mientras llega un estudio médico que encuentre el mecanismo por el que el chile nos ayuda a mantenernos sanos, la estadística es categórica: come picante y puede que tengas menos riesgo de infarto, y si pica demasiado recuerda que es mejor beber leche que agua.
(Carlos Zahumenszky)
La estadística es esa ciencia que dice que si yo tengo dos vacas y tú no tienes ninguna, los dos tenemos una vaca. Dicho esto, la estadística apoya la idea de que comer chile picante ayuda a vivir más años. Para ser más exactos, el último estudio habla de una reducción en la mortalidad del 13%.
Si empezamos con esa pincelada de humor para con la estadística es porque ningún estudio ha encontrado hasta ahora una prueba científica de que comer picante desencadene en el organismo un proceso que retrase el envejecimiento o mejore la longevidad. Todo lo que ha hecho (que no es poco) es encontrar una correlación estadística significativa entre las personas que comen mucho picante (especialmente chile de cualquier tipo) y la reducción en la tasa de mortalidad por infartos o accidentes cerebrovasculares.
Por qué pica la comida picante (y por qué beber agua sólo lo empeora)
Ají, chile, pimiento, guindilla... da igual cómo lo llames, el gesto de llevarse las manos a la…Seguir leyendo... Los propios autores del estudio explican que el mecanismo que relaciona el picante y la mejora en la tasa de mortalidad por este tipo de dolencias aún no se ha descubierto. Sin embargo, la ciencia también consiste en acumular evidencias, y esta en concreto tiene bastante peso. Las conclusiones del estudio, recién presentadas por la Universidad de Vermont, llegan tras analizar los datos de salud y hábitos de alimentación de 16.000 personas a lo largo de los últimos 23 años. Un estudio chino de 2015 llegó a la misma conclusión tras analizar el consumo de comida picante en nada menos que 487.000 personas.
El estudio constata que las personas que comen chile y otras comidas muy picantes de manera habitual presentan un menor índice de colesterol y menos problemas de tensión arterial alta. Entre los factores que probablemente incidan en estos datos está el hecho de que las personas que comen chile generalmente también disfrutan de una dieta más rica en vegetales. Curiosamente, también beben alcohol y fuman con más frecuencia.
El principal sospechoso de alargar la vida de las personas que comen picante es precisamente el compuesto responsable de la sensación de picor: la capsaicina. Se cree que la capsaicina ayuda a regular la presión sanguínea, mejora la flora intestinal y contribuye en procesos moleculares y celulares que contribuyen a prevenir la obesidad. Mientras llega un estudio médico que encuentre el mecanismo por el que el chile nos ayuda a mantenernos sanos, la estadística es categórica: come picante y puede que tengas menos riesgo de infarto, y si pica demasiado recuerda que es mejor beber leche que agua.
Autómatas del Siglo de las Luces: así de fascinantes fueron los primeros robots.
Patos metálicos que supuestamente digerían alimentos, flautistas de escaso repertorio o escritores sin cerebro son algunos de los autómatas que se crearon en el siglo XVIII. Estas curiosas máquinas tuvieron un papel fundamental en la automatización de la industria en Europa y en el origen de muchas preguntas relacionadas con la inteligencia artificial.
Por Lucía Caballero
El cuerpo del ‘Pato con aparato digestivo’, fabricado por el inventor y artista francés Jacques de Vaucanson, estaba fabricado en metal. El animal mecánico era, supuestamente, capaz de tragar y digerir la comida: la tomaba de la mano de su creador y desaparecía dentro de su artificial organismo para después ser excretada. Vaucanson había ideado todo un sistema de tubos que conducían el grano al supuesto estómago, donde aseguraba haber instalado una especie de laboratorio químico en miniatura para descomponer el alimento.
Este artilugio con pico y alas constituía el tercero de los autómatas creados por el galo y se considera su obra maestra. En 1738, exhibía al pájaro, junto con un flautista que podía tocar doce canciones y un tamborilero, ante aristócratas y miembros de la monarquía intrigados por aquellos bizarros juguetes mecánicos. No había chips ni inteligencia artificial, pero Vaucanson y otros inventores del Siglo de las Luces tenían sus propias herramientas para hacer funcionar sus primitivos robots. Gracias a ellos, el siglo XVIII se convirtió en la época dorada de los autómatas.
Su enorme auge se debía, sobre todo, a dos motivos. Por un lado, “la mejora en la precisión de los mecanismos de relojería, que se habían desarrollado muchísimo a finales del siglo XVII, propiciando un aumento en el número y precisión de los relojes de engranajes”, explica a HojaDeRouter.com el investigador Simon Schaffer, experto en historia de la ciencia de la Universidad de Cambridge. Porque las figuras metálicas, habitualmente de bronce, escondían sofisticadas series de ruedas que impulsaban su movimiento. “Exhibir estas piezas era una estrategia para enseñar lo que los relojeros eran capaces de hacer”, describe el británico.
El perfeccionamiento de los mecanismos de relojería a finales dle siglo XVII impulsó la fabricación de autómatas.
Por otra parte, el concepto de autómata tenía que ver con una corriente de pensamiento sobre la naturaleza surgida en la época. “Planteaba que el cuerpo de los humanos y otros seres vivos era como una máquina”, indica Schaffer, de ahí que los imaginativos creadores de los primigenios robots se atrevieran a construir artilugios para imitar el comportamiento de personas y animales.
El fin último de estos aparatos era imitar mecánicamente ciertas acciones, un objetivo que cumplían brillantemente algunos de los más sofisticados y caros, como los de Vaucanson y los construidos por la familia suiza Jaquet-Droz entre 1768 y 1774. Había un flautista, un dibujante y una mujer que tocaba el órgano. “ Estas actividades estaban mecanizadas para simular lo que los humanos hacen cuando tocan un instrumento y dibujan. Por eso solo estaba mecanizado el cuerpo, nunca los elementos que lo acompañaban”, recalca el investigador británico.
En realidad “no sabemos exactamente cómo funcionaban porque estos inventos han desaparecido”, admite el historiador. Pero sí se conocen algunos de sus secretos. Por ejemplo, el intérprete de flauta guardaba en su interior una serie de bombas que empujaban el aire a través de los labios de la figura metálica, mientras que un mecanismo de relojería controlaba sus dedos. “La máquina soplaba a través de la boquilla de la flauta y movía las manos”, detalla Schaffer.
Como los relojes tradicionales, todo el mecanismo se sustentaba en una red de engranajes con ruedas dentadas impulsado por una leva, “un objeto circular de metal o madera que gira en torno a un eje y cuyo borde está cortado con extrema precisión”, explica el investigador. Sobre el margen se desliza lo que se conoce como seguidor de leva, una pieza que transmite el movimiento a las partes articuladas, como los dedos del dibujante y los músicos.
La figura original del ‘Pato con aparato digestivo’ de Vaucanson no se ha conservado hasta nuestros días.
“La fuente de alimentación del sistema era totalmente mecánica”, continúa Schaffer. La energía que propulsaba el movimiento procedía de un resorte motor, un muelle en espiral que la almacena al enrollarse y la libera al expandirse, que se cargaba con una llave (se le daba cuerda). “Cuando el muelle se estira mueve la leva, que rotaría, mientras que el seguidor de leva dirige el movimiento hacia los componentes de la máquina”, detalla el británico.
LAS MENTES DETRÁS DE LAS MÁQUINAS
“No había nada que se llamase científico en el siglo XVIII, no existía ni la palabra ni la profesión”, aclara el investigador de la Universidad de Cambridge. Quienes construían los autómatas en el Siglo de las Luces podrían considerarse ingenieros, al menos en cierto sentido. El francés Vaucanson estudió ingeniería de la relojería en París, además de medicina, principalmente anatomía. Por eso combinó ambas disciplinas para diseñar lo que él llamó “anatomías en movimiento”, es decir, “máquinas que imitaban el aspecto anatómico y las funciones fisiológicas del ser humano”, explica Schaffer.
Los tres autómatas del galo no solo le hicieron famoso entre la clase alta de la época, sino que le sirvieron para ganar mucho dinero. Su popularidad sirvió para que el rey de Francia lo eligiera en la década de 1730 para gestionar una serie de fábricas, entre las que se incluía la de hilos de seda, para las que diseño diferentes máquinas automatizadas y telares.
Otro amante de las aves acuáticas, el belga John-Joseph Merlin, creador de un bonito cisne recubierto de plata que pesca con su duro pico metálico, también era ingeniero. Por su parte, el suizo Pierre Jaquet-Droz, que construyó junto con su hijo a ‘El escritor’, ‘El músico’ y ‘El dibujante’ −de 600, 2.500 y 2.000 piezas respectivamente− era relojero. “Podríamos considerarlo ingeniero, pero lo cierto es que se ganaba la vida fabricando relojes”, dice el historiador.
Schaffer considera que los autómatas del siglo XVIII forman parte de la historia industrial y tecnológica de Europa y no deberían entenderse como “meros juguetes u objetos de entretenimiento”. Sus creadores los construían para experimentar con la anatomía e incluso tenían tintes filosóficos, ya que muchos estudiosos se planteaban entonces si el cuerpo humano era simplemente una máquina.
En cuanto a su parecido con los robots, el historiador señala que mientras que los autómatas del Siglo de las Luces simulaban el comportamiento, aspecto y hábitos humanos, la mayoría de robots actuales “no se parecen a las personas ni tampoco es el objetivo de sus creadores”, a excepción de los androides. Sin embargo, “estos artilugios tuvieron un efecto muy importante en el desarrollo del diseño industrial europeo”, destaca Schaffer. Muchas de estas figuras mecanizadas inspiraron la construcción de algunas máquinas como los telares del sector textil. Así, “hay una relación directa entre el desarrollo de estos autómatas y la automatización de la producción industrial”, afirma el investigador.
LOS FARSANTES DEL CLAN
Junto con los verdaderos, aparecieron también falsos autómatas, como el famoso turco que jugaba al ajedrez, una figura humana diseñada y construida por el ingeniero eslovaco Wolfgang von Kempelen en 1769. Mientras que un autómata podría considerarse una máquina que imita a un humano, el turco “era en realidad un humano fingiendo ser una máquina que fingía ser un humano”, explica Schaffer. En el interior de lo que externamente parecía una figura artificial había una persona que manejaba las piezas sobre el tablero.
El famoso ‘turco’ era en realidad un humano que fingía ser una máquina.
Tras las exhibiciones del falso jugador, la gente tenía que averiguar cómo funcionaba el invento. Su importancia, según el historiador, radica en las cuestiones que planteaba: “Durante su ‘tour’ europeo en la década de 1780 inspiró un intenso debate sobre si una máquina podía o no jugar al ajedrez” señala el experto. “Incluso aunque la gente se diera cuenta de que se trataba de un humano, la pregunta seguía ahí: ¿podía construirse una máquina que jugara de verdad?”.
Lamentablemente, el modelo original del turco no ha perdurado hasta nuestros días, como tampoco lo han hecho los autómatas de Jaquet-Droz ni los de Vaucanson, aunque sí existen réplicas de algunos de ellos. El cantante de The Who, Roger Daltrey, ha subastado recientemente siete modelos del siglo XIX que guardaba en una colección privada de la que formaban parte desde una señorita oriental que toma el té y abre su paraguas hasta un molino acompañado de un barco.
El cisne de Merlin se encuentra en el Museo Bowes, al norte de Gran Bretaña. Es una de las pocas muestras originales que se conservan de la época dorada de unas máquinas que, por muy simples que parezcan, escondían complejos mecanismos en sus entrañas metálicas. Constituían, además, una prueba de la imaginación de sus creadores. El pato de Vaucanson ingería el alimento, sí, pero los excrementos que liberaba después eran artificiales.
Patos metálicos que supuestamente digerían alimentos, flautistas de escaso repertorio o escritores sin cerebro son algunos de los autómatas que se crearon en el siglo XVIII. Estas curiosas máquinas tuvieron un papel fundamental en la automatización de la industria en Europa y en el origen de muchas preguntas relacionadas con la inteligencia artificial.
Por Lucía Caballero
El cuerpo del ‘Pato con aparato digestivo’, fabricado por el inventor y artista francés Jacques de Vaucanson, estaba fabricado en metal. El animal mecánico era, supuestamente, capaz de tragar y digerir la comida: la tomaba de la mano de su creador y desaparecía dentro de su artificial organismo para después ser excretada. Vaucanson había ideado todo un sistema de tubos que conducían el grano al supuesto estómago, donde aseguraba haber instalado una especie de laboratorio químico en miniatura para descomponer el alimento.
Este artilugio con pico y alas constituía el tercero de los autómatas creados por el galo y se considera su obra maestra. En 1738, exhibía al pájaro, junto con un flautista que podía tocar doce canciones y un tamborilero, ante aristócratas y miembros de la monarquía intrigados por aquellos bizarros juguetes mecánicos. No había chips ni inteligencia artificial, pero Vaucanson y otros inventores del Siglo de las Luces tenían sus propias herramientas para hacer funcionar sus primitivos robots. Gracias a ellos, el siglo XVIII se convirtió en la época dorada de los autómatas.
Su enorme auge se debía, sobre todo, a dos motivos. Por un lado, “la mejora en la precisión de los mecanismos de relojería, que se habían desarrollado muchísimo a finales del siglo XVII, propiciando un aumento en el número y precisión de los relojes de engranajes”, explica a HojaDeRouter.com el investigador Simon Schaffer, experto en historia de la ciencia de la Universidad de Cambridge. Porque las figuras metálicas, habitualmente de bronce, escondían sofisticadas series de ruedas que impulsaban su movimiento. “Exhibir estas piezas era una estrategia para enseñar lo que los relojeros eran capaces de hacer”, describe el británico.
El perfeccionamiento de los mecanismos de relojería a finales dle siglo XVII impulsó la fabricación de autómatas.
Por otra parte, el concepto de autómata tenía que ver con una corriente de pensamiento sobre la naturaleza surgida en la época. “Planteaba que el cuerpo de los humanos y otros seres vivos era como una máquina”, indica Schaffer, de ahí que los imaginativos creadores de los primigenios robots se atrevieran a construir artilugios para imitar el comportamiento de personas y animales.
El fin último de estos aparatos era imitar mecánicamente ciertas acciones, un objetivo que cumplían brillantemente algunos de los más sofisticados y caros, como los de Vaucanson y los construidos por la familia suiza Jaquet-Droz entre 1768 y 1774. Había un flautista, un dibujante y una mujer que tocaba el órgano. “ Estas actividades estaban mecanizadas para simular lo que los humanos hacen cuando tocan un instrumento y dibujan. Por eso solo estaba mecanizado el cuerpo, nunca los elementos que lo acompañaban”, recalca el investigador británico.
En realidad “no sabemos exactamente cómo funcionaban porque estos inventos han desaparecido”, admite el historiador. Pero sí se conocen algunos de sus secretos. Por ejemplo, el intérprete de flauta guardaba en su interior una serie de bombas que empujaban el aire a través de los labios de la figura metálica, mientras que un mecanismo de relojería controlaba sus dedos. “La máquina soplaba a través de la boquilla de la flauta y movía las manos”, detalla Schaffer.
Como los relojes tradicionales, todo el mecanismo se sustentaba en una red de engranajes con ruedas dentadas impulsado por una leva, “un objeto circular de metal o madera que gira en torno a un eje y cuyo borde está cortado con extrema precisión”, explica el investigador. Sobre el margen se desliza lo que se conoce como seguidor de leva, una pieza que transmite el movimiento a las partes articuladas, como los dedos del dibujante y los músicos.
La figura original del ‘Pato con aparato digestivo’ de Vaucanson no se ha conservado hasta nuestros días.
“La fuente de alimentación del sistema era totalmente mecánica”, continúa Schaffer. La energía que propulsaba el movimiento procedía de un resorte motor, un muelle en espiral que la almacena al enrollarse y la libera al expandirse, que se cargaba con una llave (se le daba cuerda). “Cuando el muelle se estira mueve la leva, que rotaría, mientras que el seguidor de leva dirige el movimiento hacia los componentes de la máquina”, detalla el británico.
LAS MENTES DETRÁS DE LAS MÁQUINAS
“No había nada que se llamase científico en el siglo XVIII, no existía ni la palabra ni la profesión”, aclara el investigador de la Universidad de Cambridge. Quienes construían los autómatas en el Siglo de las Luces podrían considerarse ingenieros, al menos en cierto sentido. El francés Vaucanson estudió ingeniería de la relojería en París, además de medicina, principalmente anatomía. Por eso combinó ambas disciplinas para diseñar lo que él llamó “anatomías en movimiento”, es decir, “máquinas que imitaban el aspecto anatómico y las funciones fisiológicas del ser humano”, explica Schaffer.
Los tres autómatas del galo no solo le hicieron famoso entre la clase alta de la época, sino que le sirvieron para ganar mucho dinero. Su popularidad sirvió para que el rey de Francia lo eligiera en la década de 1730 para gestionar una serie de fábricas, entre las que se incluía la de hilos de seda, para las que diseño diferentes máquinas automatizadas y telares.
Otro amante de las aves acuáticas, el belga John-Joseph Merlin, creador de un bonito cisne recubierto de plata que pesca con su duro pico metálico, también era ingeniero. Por su parte, el suizo Pierre Jaquet-Droz, que construyó junto con su hijo a ‘El escritor’, ‘El músico’ y ‘El dibujante’ −de 600, 2.500 y 2.000 piezas respectivamente− era relojero. “Podríamos considerarlo ingeniero, pero lo cierto es que se ganaba la vida fabricando relojes”, dice el historiador.
Schaffer considera que los autómatas del siglo XVIII forman parte de la historia industrial y tecnológica de Europa y no deberían entenderse como “meros juguetes u objetos de entretenimiento”. Sus creadores los construían para experimentar con la anatomía e incluso tenían tintes filosóficos, ya que muchos estudiosos se planteaban entonces si el cuerpo humano era simplemente una máquina.
En cuanto a su parecido con los robots, el historiador señala que mientras que los autómatas del Siglo de las Luces simulaban el comportamiento, aspecto y hábitos humanos, la mayoría de robots actuales “no se parecen a las personas ni tampoco es el objetivo de sus creadores”, a excepción de los androides. Sin embargo, “estos artilugios tuvieron un efecto muy importante en el desarrollo del diseño industrial europeo”, destaca Schaffer. Muchas de estas figuras mecanizadas inspiraron la construcción de algunas máquinas como los telares del sector textil. Así, “hay una relación directa entre el desarrollo de estos autómatas y la automatización de la producción industrial”, afirma el investigador.
LOS FARSANTES DEL CLAN
Junto con los verdaderos, aparecieron también falsos autómatas, como el famoso turco que jugaba al ajedrez, una figura humana diseñada y construida por el ingeniero eslovaco Wolfgang von Kempelen en 1769. Mientras que un autómata podría considerarse una máquina que imita a un humano, el turco “era en realidad un humano fingiendo ser una máquina que fingía ser un humano”, explica Schaffer. En el interior de lo que externamente parecía una figura artificial había una persona que manejaba las piezas sobre el tablero.
El famoso ‘turco’ era en realidad un humano que fingía ser una máquina.
Tras las exhibiciones del falso jugador, la gente tenía que averiguar cómo funcionaba el invento. Su importancia, según el historiador, radica en las cuestiones que planteaba: “Durante su ‘tour’ europeo en la década de 1780 inspiró un intenso debate sobre si una máquina podía o no jugar al ajedrez” señala el experto. “Incluso aunque la gente se diera cuenta de que se trataba de un humano, la pregunta seguía ahí: ¿podía construirse una máquina que jugara de verdad?”.
Lamentablemente, el modelo original del turco no ha perdurado hasta nuestros días, como tampoco lo han hecho los autómatas de Jaquet-Droz ni los de Vaucanson, aunque sí existen réplicas de algunos de ellos. El cantante de The Who, Roger Daltrey, ha subastado recientemente siete modelos del siglo XIX que guardaba en una colección privada de la que formaban parte desde una señorita oriental que toma el té y abre su paraguas hasta un molino acompañado de un barco.
El cisne de Merlin se encuentra en el Museo Bowes, al norte de Gran Bretaña. Es una de las pocas muestras originales que se conservan de la época dorada de unas máquinas que, por muy simples que parezcan, escondían complejos mecanismos en sus entrañas metálicas. Constituían, además, una prueba de la imaginación de sus creadores. El pato de Vaucanson ingería el alimento, sí, pero los excrementos que liberaba después eran artificiales.
Ésta es la forma en la que ha crecido la población en dos mil años.
Con sus altibajos, en dos mil años hemos pasado de ser 170 millones de seres humanos a 7.500 millones, y en para el año 2100, si continuamos a este ritmo, ya alcanzaremos la cifra de 11.000 millones de seres humanos.
La cuestión es que cada vez crecemos a la misma velocidad, por ello de 1.000 millones pasamos a ser 7.500 millones de habitantes es poco más de dos siglos.
Básicamente, la responsable de este crecimiento será África, cuya población se espera que se duplique. La población en 29 países crecerá a más del doble. Casi todos estos países se encuentran en África. En Níger, el país con la mayor tasa de natalidad, la población será más del triple que la actual. En países del África subsahariana, con casi promedios de seis hijos por mujer.
¿Serán límites insostenibles? En realidad, no lo sabemos con seguridad. Como señala el economista Paul Romer en el libro de Steven Pinker La tabla rasa:
Todas las generaciones han percibido los límites al crecimiento que resultarían de unos recursos finitos y unos efectos secundarios no deseables si no descubrían nuevas fórmulas o ideas. Y todas las generaciones han subestimado el potencial para encontrar nuevas fórmulas e ideas. Ha sido constante la incapacidad de comprender cuántas ideas quedan por descubrir.
Fecha: 06.11.2016
Con sus altibajos, en dos mil años hemos pasado de ser 170 millones de seres humanos a 7.500 millones, y en para el año 2100, si continuamos a este ritmo, ya alcanzaremos la cifra de 11.000 millones de seres humanos.
La cuestión es que cada vez crecemos a la misma velocidad, por ello de 1.000 millones pasamos a ser 7.500 millones de habitantes es poco más de dos siglos.
Básicamente, la responsable de este crecimiento será África, cuya población se espera que se duplique. La población en 29 países crecerá a más del doble. Casi todos estos países se encuentran en África. En Níger, el país con la mayor tasa de natalidad, la población será más del triple que la actual. En países del África subsahariana, con casi promedios de seis hijos por mujer.
¿Serán límites insostenibles? En realidad, no lo sabemos con seguridad. Como señala el economista Paul Romer en el libro de Steven Pinker La tabla rasa:
Todas las generaciones han percibido los límites al crecimiento que resultarían de unos recursos finitos y unos efectos secundarios no deseables si no descubrían nuevas fórmulas o ideas. Y todas las generaciones han subestimado el potencial para encontrar nuevas fórmulas e ideas. Ha sido constante la incapacidad de comprender cuántas ideas quedan por descubrir.
Fecha: 06.11.2016